CIUDADES QUE EXPLOTAN
La mitad de la población mundial vive en una ciudad; en Argentina, 9 de cada 10. La relación entre ciudades superpobladas y pobreza. Cómo revertir la tendencia.
El último informe elaborado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA) destaca cómo avanza la ola de urbanización en países subdesarrollados. Para el caso argentino, 9 de cada 10 personas viven en una ciudad. Ese aglutinamiento revela cómo se consolida la pobreza en las urbes y en el campo, por la falta de oportunidades. Para obtener un mapeo más contextualizador, el estudio determinó que la mitad de la población mundial vive en una ciudad, América del Sur es la zona del planeta en la cual el fenómeno se da más: 82%. Le siguen Estados Unidos y Canadá (81%), Europa (72%), Oceanía (71%), Asia (41%) y Africa (39%). En América Latina, los índices más altos los tienen Venezuela (94%) y Uruguay (92%).
Si bien la concentración poblacional en grandes ciudades es un fenómeno creciente a nivel mundial (en 1950 eran 3 de cada 10, hoy es 1 de cada 2), el desafío nacional podría tomar caminos de soluciones por otras vías que eviten ese “amontonamiento”.
Un país no es desarrollado si regionalmente tiene muchos contrastes. De nada vale un sector considerablemente avanzado en estándar de vida de Buenos Aires (caso Puerto Madero) con la marginalidad de los barrios del Sur, o los partidos más castigados del Conurbano. Ni que mencionar de la pobreza urbana a rural emblemática de las provincias de Misiones, Corrientes, Chaco, por mencionar algunos casos paradigmáticos. El desarrollo supone un balance equilibrado en la calidad de vida, producto de oportunidades de inversión en educación, en sectores claves de la producción, en el despliegue de los servicios públicos. En definitiva, el desarrollo desigual no es desarrollo.
“La esperanza no está donde nacimos” es una frase que emana de muchas voces de jóvenes migrantes, que se radicaron en el Gran Buenos, Gran Rosario, cuando las crisis se tornaban cada vez más naturales y estrangulaban aún más la pobreza del interior. Jóvenes devenidos jóvenes padres que jamás volvieron, y que tampoco sus hijos encuentran el entusiasmo de radicarse en la tierra de sus antecesores. Prefieren la pobreza urbana a la rural. Optan quizás por hurgar en basurales a padecer la lenta agonía de la miseria.
Los falsos dilemas
Así como se perpetuaron falsos debates tales como los de “campo versus industria”, la tensión urbano-rural y sus habitantes requiere de una lectura con matices. Porque no se trata de expulsar de las urbes a los “cabecitas negras del nuevo siglo” y devolverlos al interior profundo, sino que urge también poner en práctica un esquema que contemple el desarrollo urbano. Esto es, por ejemplo, que el negocio inmobiliario desenfrenado (propio de la ineficaz captación de recursos para convertirlos en factores de producción genuina) tenga límites en las decisiones de Estado, que la estética de las ciudades no corra -sin alternativas de vivienda- a los marginados de hoy.
¿Qué fue de los recursos de los vociferados Plan Federal de Viviendas? La relación entre anuncio y entrega de casas peca de tremendos abismos de tiempo; y ello se da por incapacidad de gestión y por los dudosos monitoreos que controla el Gobierno nacional.
Alambrados y desmontados
El modelo neoliberal no se ha ido, sólo ha cambiado de cara con la distinta paridad cambiaria. Tras la megadevaluación, los trusts de siembra profundizaron la agricultura de agricultores y fueron concentrando aún más la propiedad de la tierra, y expulsando a miles de argentinos de su lugar de trabajo. Dato que agrava el período pre y pos-Convertibilidad, cuando el modelo expulsó del campo a 103 mil productores agropecuarios y su consecuente erradicación de mano de obra… “barata”.
El desmonte está alterando el medio ambiente y está eliminando muchas otras producciones regionales, características de pequeños agricultores y de aglutinación familiar. Ese paisaje desolado provoca, entre otras cosas, este éxodo interno y de ciudades cada vez más superpobladas.
Un equilibrio que haga el desarrollo
Es claro que los reordenamientos por decreto o impulsivos no resultan pacíficos: la erradicación de villas, el desalojo en la ocupación de terrenos, la corrida de campesinos son ejemplos de esta actualidad.
Lo que nuestro país necesita es una economía política que promueva ese balanceo regional en inversiones, en pos de devolver un horizonte a varias provincias olvidadas del mapa productivo. Se trata también de engendrar una nueva matriz socio-cultural que arraigue positivamente a los habitantes de otras zonas. Ello será factible en la medida de parir nuevas concepciones educativas, científicas ligadas a la economía de sus lugares, que las Universidades tengan esa razón de ser en función de su lugar de pertenencia. En la medida en que esa inversión que enlace conocimiento y producción se concrete, será una realidad el lento fin de la migración interna, porque sobre todo, esas tendencias elevarán la masa salarial de la población, entre otras virtudes.
La integración nacional se da también en el sano ordenamiento de los espacios desordenados. Sino deberemos cambiar un título teatral para colocarlos en la triste realidad: “Juntos y revueltos”.
Por Diego Rodríguez
Juventud Desarrollista Prov. Buenos Aires
1 comentario:
A propósito de la integración entre conocimiento & producción, tomando en cuenta las necesidades regionales, me parece interesante citar un artículo de Terragno. Aunque políticamente incómodo (ningún dirigente político gusta de ser visto como contrario al establecimiento de una nueva universidad), creo que tiene relevancia:
http://www.terragno.org.ar/vernota.php?id_nota=936
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